El arte supremo del maestro – JotaJ
Opinión

El arte supremo del maestro

18 diciembre, 2011
Adolescente haciendo 4 cosas a la vez

La siguiente es una respuesta a un comentario del músico costarricense Jacques Sagot. La envié a la redacción de La Nación, pero –entendiblemente-  no la publicaron nunca. Bueno, ¡para eso están los blogs!

Sobre el comentario titulado «El costarricense no sabe escribir» del  señor  Jacques Sagot , publicado el 4 de junio del presente año en la sección de opinión del periódico La Nación:

En un acalorado discurso, en la película Network , el actor Peter Finch abofeteaba a una atónita audiencia televisiva en un intento por prevenir la llegada de los que el señor  Sagot – merecidamente – llama: jovenzuelos, enajenados, descerebrados y aferrados maniáticamente a sus play station. Comparto el vértigo, que el señor embajador siente, al vislumbrar un futuro  conducido por los mencionados jovenzuelos, en el cual el último rastro del pensamiento crítico ha sido finalmente enterrado bajo una montaña de entretenimiento y consumismo. Lo que no comparto es que señale el uso de los computadores  como catalizador de la pereza mental.

Por lo cual, mi intención en las siguientes líneas es, en primer lugar, demostrar que la tendencia  de ahorro de trabajo mecánico y la innegable “adicción cibernética” de los jóvenes, no solo pueden  sino que deben  reconciliarse con el propósito de fomentar el pensamiento lógico y sistemático que se encuentra en voraz demanda hoy más que nunca. Y en segundo lugar compartir una experiencia propia, que me hace dudar, de la necesidad (y efectividad) de enaltecer  la lógica ortográfica  y el porqué  ortográfico  (así como sus homólogos en el área de la matemática) como únicos vehículos sagrados para el fortalecimiento mental.

Reglas para necios.

Siete cursos de matemáticas sobrevividos en las trincheras de la Escuela de Matemática Pura e Ingeniería de la UCR me deben haber dejado más de una marca de guerra y, por qué no,  cierto orgullo. En la actualidad,  estoy ayudando a varios jóvenes  a  prepararse para sus pruebas de aptitud escolar y con otros deberes ( sobre todo en el área de las matemáticas).

No es ningún secreto que, una juventud que se ha criado con la apresurada cadencia de los videojuegos y el cine hollywoodense, tiene grandes problemas para sentarse en un lugar callado, para digerir y explorar las enseñanzas del señor  Baldor,  (quien  vale la pena mencionar) fue quien le “enseñó” álgebra a mi padre (q.d D.g.), hace más de medio siglo con la mismos ejercicios fosilizados en el mismísimo tomo.

Me parece que hemos permitido que se abra una brecha entre el desarrollo tecnológico y los currículos de enseñanza.  Para parafrasear a Conrad Wolfram (de la célebre compañía Wolfram Alpha) ¿realmente creemos que  la matemática de los colegios es más que obligar a sus alumnos a realizar procedimientos que realmente no entienden por razones que no les compete? La situación es más grave de lo que aparenta, pues no solo hemos permitido que los jóvenes desarrollen anticuerpos innecesarios hacia la matemática (justo en la era en que es más necesaria),  sino que estamos desaprovechando talento al pensar que la matemática es igual a hacer cálculos.

Es por esta razón que he decidido dejar de lado la vanidad de mis lecciones universitarias ganadas y permito que los ágiles dedos de mis alumnos encuentren en sus máquinas la solución a los cálculos que en mis días requerían un despilfarro de memoria cerebral para realizarse.

Lectura del lenguaje PHP.

Otro de los propósitos ancestrales, en la práctica de la matemática, ha sido la enseñanza de los procedimientos y procesos. Sin embargo, el abismo que existe hoy entre los estudiantes y la matemática ha causado la absurda situación de que un alumno, me confiese angustiado, que no pudo terminar su asignación de algebra,  por estar completamente embelesado (hasta altas horas de la noche)  con un nuevo lenguaje de programación, que se está enseñando de manera autodidáctica ¡Siendo la programación la más perfecta encarnación de la aplicación de los procedimientos y procesos que se haya concebido!

Llego, entonces, señor Sagot a la ineludible conclusión de que  la necia obsesión por la lógica ortográfica y/o el cálculo algebraico mecánico no solo están fomentando la aversión al ejercicio mental, sino que están estrangulando la creatividad juvenil,  escenario ridículamente funesto, más cuando desde hace décadas  existen computadoras que nos pueden alivianar esa carga intelectual mecánica. Me confieso, pues,  en sintonía con Thoreau  cuando dijo que  “un hombre es rico en proporción al número de cosas que puede permitirse desatender.”

Valga  de paso  mencionar que éste mismo mantra, en boga de economizar esfuerzo para delegarlo a las máquinas,  es el responsable de que hoy en día ya usted no tenga que saber cómo “atiempar” el motor de su vehículo para poder transportarse.

En contra o a favor.

Podemos tener a los teclados y monitores en cualquiera de esas dos disposiciones .Personalmente, prefiero la última. De primera mano me toca vivir el absurdo nivel de exigencias y competitividad académica que tienen que sobrellevar hoy los adolescentes, en sus últimos años de colegio, como para suponer que precipitarles una cascada de verborrea erudita va a estimularlos (a ellos, o a nadie),  a recapacitar sobre su flojera mental y a apagar la computadora para ir cabizbajos en busca de una enciclopedia a pedirle indulgencia al “maestro de nociones recónditas” .

Me remito a la frase de Albert Einstein que dice “el arte supremo del maestro consiste en despertar el goce de la expresión creativa y del conocimiento.”

Me parece  que el cuestionamiento del Sr. Sagot es el correcto: ¿cómo rescatar a los jóvenes de una atrofia cerebral profesada por la cultura del entretenimiento? No obstante,  mi experiencia me ha constatado que para transmitir exitosamente un mensaje a la generación de jóvenes estudiantes es necesario sentir empatía por sus intereses y cotidianeidad. Es por eso que considero que debemos apalancarnos en los correctores ortográficos, y en la maña de la economía de esfuerzo, para lograr el objetivo de estimular a los jóvenes a un aprendizaje más efectivo y –sobre todo- plausible dadas las circunstancias temporales en las que ambos nos hallamos.

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