Hablando se entiende la gente…. – JotaJ
Opinión

Hablando se entiende la gente….

11 octubre, 2011
Hablando Se Entiende La Gente

El siguiente es un texto que escribí en mayo del 2007 después de ver el monólogo de Hernán Jiménez titulado «Hablando se entiende la gente», quería compartir con mis amigos mis impresiones del trabajo, aqui se los dejo:

           Nadie aprende por cabeza ajena. Pero a veces lo que la hace más ajena no es el pertenecer a otra persona sino simplemente la falta de unos añitos. Por ejemplo, a mi me suele pasar que en esas raras ocasiones en las que  “me cae la peseta” y me percato del porqué de una situación en particular; invariablemente lo que sucede a continuación es un recuento de las veces en que ese conocimiento me hubiera servido en el pasado: “¡Maes, se imaginan volver a los días del cole con lo que uno sabe ahora!” Definitivamente no es el ejemplo más sublime, pero cómo hubiera sido si uno en medio de la febril adolescencia si hubiera captado a cabalidad los justos consejos de los padres, que indudablemente en medio de la avalancha hormonal y toda la rebeldía característica de esa época no podían sonar más ajenas.

 “Algún día vas a ponerle atención a lo que te dice la gente, pero por ahora aprenderás de la manera difícil” –Michael Tolcher, de la canción “Sooner or later”

En mi opinión este proceso de aprendizaje, por las buenas o por las malas, es una de las constantes con las que vamos a lidiar por mucho tiempo, sino toda la vida. Y es que hay que admitirlo: Qué difícil es dejar ir, o tan siquiera  mover un poquito, la perspectiva que uno tiene de las cosas, la manera en que interpreta el mundo. Muchas veces la única manera de encontrar la motivación para cambiar nuestro paradigma es el exhaustar una teoría, y muchas veces esperamos hasta el último momento para darnos cuenta: Solo cuando tocamos fondo.

Me acuerdo por ejemplo que por años transformé las calles de mi querido San José en una verdadera tortura: Ya en la pura esquina de mi casa… ¿Cómo puede ser que la gente sea tan imbécil, que no ve que vengo en mi carril?, ¿Cómo se lo ocurre parquear aquí Doña?, ¡Tenía que ser taxista!, etc… ¡Qué pesadilla!

Hay que buscar una solución: ¿Cuadruplicar el impuesto a los Hyudais? ¿Obligar a los taxistas a llevar cursos de física y humanidades por cuatro años? ¿Hacer un carril exclusivo para “doñitas”? Suave un toque… Evidentemente estas soluciones no son exactamente la cúspide de la sensatez, a demás de que cualquiera de ellas, si algún desquiciado decidiera implementarlas (no sería raro), tardaría años en realizarse.

Les cuento que en mi caso el fin de la tortura automovilística no vino por medio de un cambio allá afuera en el sistema vial tico (¡No si es vara!), sino más bien por un cambio aquí dentro, en mi cabeza. Se puede decir que llegué a exhaustar la idea de imponer mi criterio, mi perspectiva, sobre todos los demás conductores que me topaba en la vía. Me di cuenta de que por más rabia que yo lograra convocar en mi cuerpo la señora de 70 años que estaba en el Mercedes del frente no iba a manejar más rápido.

Me di cuenta de que si por un lado me ufanaba de ser una persona lógica y educada, no podía por el otro mantener la idea de que todo aquel que no se comportaba de acuerdo a mis parámetros de “lo correcto” era por la única razón de que es un idiota.  En un San José de casi siete mil habitantes por kilómetro cuadrado  me parece que la manera óptima de evitar unirse a la pandemia de estrés es por medio de realmente digerir e implementar una de las más importantes lecciones que los grandes escritores y maestros nos han estado recitando por, literalmente, miles de años de alguna u otra manera (¿será que todavía somos tercos adolescentes?): Busquen la conciliación en vez de emitir juicios.

¡Mínimo que alguien me de una sotana por esa última oración! Pero francamente sé que esa ha sido una de las más útiles lecciones que he logrado aprender e implementar en mi día a día: Conciliar en vez de pasar reclamando. Para sentirme más rimbombante aún voy a citar el Diccionario de la Real Academia:

 

conciliar (Del lat. conciliāre).

1. tr. Componer y ajustar los ánimos de quienes estaban opuestos entre sí.

2. tr. Conformar dos o más proposiciones o doctrinas al parecer contrarias.

3. tr. Granjear o ganar los ánimos y la benevolencia, o, alguna vez, el odio y aborrecimiento.

Este es precisamente el sabor que me dejó el monologo de Hernán Jiménez, “Hablando se entiende la gente”.  Reconciliación a varios niveles: No solo darse cuenta de que existe una motivación viva y humana tras las acciones de todos y cada uno de los personajes con los que interactuamos cada día, por más distintas que sean a las propias; sino también reconciliación entre varias facetas internas. Darse cuenta que en nuestro eterno aprender vamos a pasar y vamos a topor fondo con varias perspectivas de las cuales podemos extraer lecciones cuyo efecto acumulativo construye nuestro carácter.

Reconciliar para mi es pasar de un mundo en donde las cosas son simplemente blancas o negras a un mundo en donde es posible darle la bienvenida y coexistir pacíficamente con todas las distintas tonalidades que constituyen nuestro entorno. Aplaudo la manera en que Hernán ha logrado plasmar de manera celosamente precisa la diversidad humana que ni notamos debido a que la damos por sentada, desperdiciando así una mayúscula oportunidad de aprendizaje cotidiano.

Dudosamente aunque nos demos el tiempo de leer entre líneas la historia de “Hablando se entiende la gente” salgamos del teatro con una aureola sobre la cabeza y empecemos a tirarle bendiciones a todo conductor insensato que nos topemos en la calles, pero por lo menos la obra de Hernán nos plantea la inquietud de si existirá una historia tan real como la propia detrás de las acciones de los demás.

            ¡Bravo Hernán!

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